sábado, 14 de marzo de 2009

Bob en Iraq


Ramadi, Iraq. 04:10.

Era noche cerrada y habían ordenado oscurecimiento total. Bob intentaba escrutar su reloj en la oscuridad pero sus manecillas habían perdido toda su luminiscencia. Estaba cansado y nervioso, no estaba acostumbrado al nuevo papel de observador que se veía obligado a desempeñar. Se recordó a si mismo que aquello estaba fuera de su control y que lo harían bien mientras se removía en el asiento del Humvee.
A unos 150 metros los primeros hombres se disponían a entrar, esperando aún con las rodillas semiflexionadas mientras que el hombre en punta retiraba de debajo de la puerta el delgado tubo flexible que le permitía observar en su cámara digital el interior de la casa de adobe. El hombre alzó su mano derecha y enseñó cuatro dedos, gesto que cada uno de sus compañeros transmitió sucesivamente al situado más cerca. El teniente asintió con la cabeza y una figura situada a la izquierda de la puerta empujó su ariete contra la cerradura, abriendo la delgada puerta de metal con un estruendo que debió despertar a los ocupantes y a casi todo el vecindario, pensó Bob. Los que dormían dentro no tuvieron ninguna oportunidad. Antes de que el primero se pusiera en pie cinco figuras con monos negros y cascos de kevlar habían penetrado y les apuntaban al pecho o a la cabeza con las miras laser de sus MP-5 SD. Rápidamente inmovilizaron a los cuatro sospechosos contra el suelo y les ataron las manos con bridas de plástico mientras éstos proferían gritos en árabe. Mientras los encapuchaban para el traslado, el teniente ya había entrado y reconocía la pequeña casa buscando cuanto pudiera considerar útil o sospechoso
- ¿Nos los llevamos ya?
- No, déjelos un poco más. Veamos lo que tienen.
El oficial encontró varios móviles de modelos obsoletos, comida enlatada, sólo dos pistolas y alguna documentación. Ojeó rápidamente esta última y dio un respingo de sorpresa. Había una nota de un tal Khaled en que sugería un cambio de estrategia en su sector, dando prioridad como objetivo a la Policía para socavar la confianza de la gente en la capacidad del gobierno en proporcionar seguridad tras la retirada de los beni kalb.
Finalmente fueron sacando a los prisioneros y metiéndolos en vehículos MRAP. El convoy salió de inmediato precedido de un Humvee y con otros tres vehículos de refuerzo. La incursión no duró más de quince minutos desde que el teniente dio la señal para entrar. Otro oficial se acercó al coronel Badri y tras saludarle le dio novedades. El coronel respondió escuetamente y el oficial se retiró rápidamente hacia su vehículo. Omar Badri era un hombre parco en palabras y se limitó a hacerle una señal a su conductor antes de subir al Humvee.
- Aquí no queda nada que hacer. Ahora veremos realmente como ha ido la noche. Comandante, me queda algo de te ¿quiere un poco?
- No, gracias, coronel –respondió Bob en árabe. Felicidades, ha sido una buena entrada, rápida y limpia.
- Hassad es un buen elemento y ha habido suerte. Claro que los hombres del grupo de asalto son todos veteranos del 36, y eso se nota. Sorbió un poco de te mientras el Humvee se ponía en marcha antes de las primeras luces. Por cierto, ¿cuándo tiene previsto volver a Bagdad?
- Pensaba irme hoy por la tarde, pero me quedaré un día más por si me necesitan. Parece que Hassad ha encontrado un buen montón de papel y en Bagdad no tengo mucho que hacer además de informarles sobre la operación. La semana que viene estaré en casa si todo va bien.
- Inshallah –sentenció el coronel Badri.
Bob estaba cansado pero satisfecho con el resultado de la operación hasta el momento. Conocía al coronel Badri desde 2004, cuando visitó el centro de instrucción de las fuerzas especiales de la nueva Guardia Nacional Iraquí. En aquel tiempo la capacidad de combate de los iraquíes era cuando menos reducida después de que la Autoridad Provisional de la Coalición que presidía Paul Bremer desmantelase todo el aparato militar y de inteligencia iraquí, obligando a los aliados a empezar prácticamente de cero y proporcionando a la insurgencia de una enorme cantera de militares altamente cualificados, resentidos y sin trabajo. Sin embargo, como en Alemania tras la II Guerra Mundial, seguían quedando oficiales con experiencia cuya relación con el partido baas no resultaba demasiado comprometedora. Conseguir soldados profesionales y experimentados ya era otra cosa y hubo que buscar entre antiguas unidades de élite iraquíes, como el Batallón 36.
El ejército creció en progresión geométrica en los años siguientes, asumiendo responsabilidades que excedían a menudo sus capacidades, primero apoyando a las unidades aliadas, después con patrullas y operaciones conjuntas, y finalmente haciéndose cargo de la seguridad de una provincia tras otra. A pesar de eso, abundaban la indisciplina y las deserciones. La Guardia Nacional Iraquí, como se llamaba ahora, era objeto de sangrientos atentados. La moral era baja y el nuevo gobierno iraquí insistió en inflar las filas con reclutas escasamente instruidos hasta que vio que la solución pasaba por la creación de unidades profesionales y muy móviles. Poco a poco, y con el refuerzo de 30.000 efectivos norteamericanos en 2007, las tornas empezaron a cambiar a medida que la GNI ganaba en experiencia y formación. La presencia americana era cada vez más discreta y reducida, siguiendo las directrices del Cuartel General en Bagdad. Esa madrugada Bob había sido el único norteamericano presente.
Cuando llegaban a la base pensaba que la gran asignatura pendiente seguía siendo el apoyo aéreo. Aún tras la retirada, estaba prevista la presencia de no menos de 10.000 militares norteamericanos en Iraq en labores de apoyo e instrucción, pero el gobierno iraquí estaba acelerando el programa de instrucción de los pilotos y del personal de tierra de su fuerza aérea para no tener que recurrir a los contratistas civiles, cada vez más aborrecidos por la población.

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