martes, 16 de junio de 2009

Bob recibe instrucciones


Fort Belvoir, Virginia. 10 de septiembre. 18:23.

Bob había recibido una breve llamada del coronel Rawlins a primera hora de la mañana ordenándole que se quedase un rato más tras terminar la jornada porque necesitaba comentarle el resultado de la última reunión en Langley. Había asistido como backseater del director de la DIA, que, como los demás directores de las principales agencias, había sido convocado por el DCI para informarles del resultado de la reunión con la presidenta Anderson. Fuese lo que fuese prometía ser algo gordo.
Finalmente vio por una cristalera de la oficina que su superior llegaba en uno de los coches eléctricos que habían empezado a usar en la base para los trayectos cortos. Venía directamente del helipuerto y era una de las pocas ocasiones en que veía a su jefe en uniforme de representación.
Aquel hombre con gafas y con la cara ensombrecida por la preocupación entró en el edificio de ladrillo y encontró a Bob sirviéndose un café en el pasillo.
- Buenas tardes. ¿Café, coronel?
- No, y tú tampoco lo necesitarás. Demos un paseo –respondió lacónicamente.
- De acuerdo, deme un segundo.
Bob cerró con llave su despacho y acompañó al coronel al exterior. Se alejaron unos doscientos metros y llegaron a una zona ajardinada donde a esas horas no podían ser vistos por nadie salvo por el escaso personal de guardia o algún empleado de mantenimiento.
- Usted dirá, coronel.
- El DCI nos ha dicho que debemos empezar a eliminar a los miembros de al Qaeda estén donde estén.
- Pensaba que ya lo estábamos haciendo.
- No, Bob. Me refiero es que se ha abierto la veda para eliminar físicamente a Ben Laden y a sus colaboradores por todos los medios disponibles. La orden para la localización sigue siendo general, pero las nuevas directivas sólo las conocen los directores y algunas personas clave, que no deben ser más de cincuenta.
- Ya, bueno, ¿y qué esperan que hagamos al cabo de de más de siete años que no hayamos hecho ya? No esperarán que empiecen a caer Ben Laden y toda su pandilla de un día para otro sólo porque en la Casa Blanca necesiten darle carpetazo al asunto.
- Te digo lo que hay. Nos han pedido que ampliemos nuestro…¿cómo lo llamó Galli?...espectro de actuación. El caso es que como pillamos a Sadam, a los hijos, a al Zarqawui y los demás ahora creen que podemos encontrar a cualquiera.
- ¿Y la CIA? ¿Nos pasa el balón por las buenas?
- No es eso, Bob. Cada uno localizará y eliminará a quien pueda, y la CIA irá a por los que tenga en su punto de mira. Pero el premio gordo está en nuestro patio y nos toca a nosotros. Esto va a llamarse Proyecto Greengrass –continuó tras una pausa. Hay una lista de objetivos por orden de prioridad que recibirán un nombre clave, el nombre del proyecto seguido de una letra y un número de dos cifras.
- No se han partido la cabeza. Aunque se lo que va a pasar. Cada uno se guardará su información, habrá varias agencias detrás de los mejores bocados y nadie querrá ocuparse de roer huesos –dijo Bob retrepándose en el banco donde se habían sentado.
- Parece que la presidenta ha sido tajante con eso. El director cuya agencia oculte información a las demás será cesado inmediatamente, y en cuanto a los objetivos tenemos la preponderancia en Asia Central aunque no estaremos solos.
- Coronel ¿no le parece esto un regalo envenenado? ¿Qué va a pasar cuando pase el tiempo y no podamos ir poniendo cruces en la lista de Langley? Señor, con todo respeto, no entiendo como ha podido verse envuelto en este…proyecto que sabe que no puede funcionar. Esto se va a saber y se desharán de usted como del pescado viejo.
Rawlins se relajó en aquel banco y se tomó un momento para mirar aquellos abedules mecidos por el viento. Era una bonita tarde de finales de verano y su mujer le esperaba en casa para contarle que su hija Barbara había decidido coger aquel trabajo en Atlanta. Pensaba a menudo en qué condiciones estaba si algún día su Creador decidía no renovarle el contrato. Se encogió de hombros y empezó a responder a aquel hombre con el que tenía compartir esa nueva carga.
- Bob, todos tenemos fecha de caducidad. Ya sabes que estuve con los Deltas en Mogadiscio aquel día de octubre en que casi nos dan pasaporte a todos. Cuando tuvimos que salir por la tarde a intentar rescatar a los que habían quedado atrapados en Bakara todos dejamos nuestras cartas de despedida a alguien que conocíamos. Nadie contaba con salir con vida tras ver llegar aquella caravana de Humvees acribillados. Yo había escrito la mía antes, pero no se la había dado a nadie. Escribí una nota a mi mujer y a mis hijos diciéndoles que les quería y que me perdonasen por lo que les había obligado a pasar. El hecho de considerarme muerto me hizo encontrar cierta paz, y cuando volví con ellos consideré el resto de mi vida como una prórroga. Todo es más sencillo cuando asumes que algún día llegará tu final, éstés preparado o no. Lo que te preocupa entonces es como te recordarán y como te verás a ti mismo cuando acabe todo.
Bob guardó silencio y miró a aquel hombre complejo de quien no se esperaba ese arrebato sentimental. Posiblemente era la ocasión en que le había dirigido más palabras seguidas.
- Así están las cosas, comandante. Algo se nos ocurrirá.
Se levantaron y se encaminaron juntos en silencio al edificio de ladrillo.

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